"Nuestra América"

El ensayo consiste fundamentalmente en una crítica amorosa a las consecuencias inmediatas de la liberación de Hispanoamérica, es una síntesis concreta, de la revelación de nuestro ser esencial, sus sentimientos y conciencia histórica. Es un manifiesto del ser existencial de nuestra América incluyendo sus perspectivas de desarrollo. Es un programa científico de lucha, cuyo modelo se mueve ante dos alternativas: ser o no ser. Pero afirmando el primero (ser) con optimismo, basado en un estudio profundo y en premisas reales. En este escrito se funden indisolublemente latinoamericanismo, antirracismo y antiimperialismo para dar coherencia a la teoría socio-filosófica más avanzada de su tiempo.
Con el presente trabajo se pretende analizar a profundidad ese escrito, haciendo énfasis en los mensajes implícitos que trasmite el Maestro a los pueblos americanos y demostrar la clara vigencia de sus reflexiones.
"Lo que queda de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada, las armas del juicio. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra.", esta América nuestra debe darse cuenta que con un regionalismo inútil, jamás llegaremos a ser ese pueblo respetado al que todos aspiramos. Tenemos que hacer causa común, nosotros, que compartimos iguales intereses, culturas semejantes; el mismo continente, que han tratado de doblegar desde tiempos inmemoriales.
Debemos hoy estar más unidos que nunca para que se escuchen nuestras voces, tantas veces silenciadas por los poderosos. "Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes".
Lo que propone Martí desde sus líneas no es exactamente la simple unión de nuestros pueblos, nótese que dice la unión "tácita" y no de las naciones, sino del "alma continental", lo que excluye la idea de la unión o federación política y administrativa de los países de Nuestra América, más allá de las ideas del Libertador "empeñado en unir bajo un gobierno central y distante los países de la revolución", según se lee en el discurso en homenaje a Bolívar del 28 de octubre de 1893, donde el Apóstol insiste en que lo deseable era "la unidad de espíritu", no la "unión en formas teóricas y artificiales"
La unidad continental sólo se logra si en las propias repúblicas no existe diferencia de clases y de razas. "No hay odio de razas," dice Martí, "porque no hay razas." El racismo y el conflicto aparente de razas se deben a la historia y a desencuentros culturales, no a diferencias ingénitas entre latinos, anglosajones, indios y negros. Las repúblicas latinoamericanas han de recuperar al "indio mudo," "el negro oteado" y al "campesino creador," marginados por la experiencia colonial antes y después de la independencia, para encauzarlos hacia aquella unidad que protegerá al nuevo mundo propuesto por Martí.
Sencillamente, el Maestro, en criterio de Juan Marinello, "quiso en el acogimiento cálido de cada hombre –del negro, del blanco, del amarillo- fijar la marca del hombre de América. Así –enfatiza el Apóstol- cuanto más americanos antialdeanos fueran su pueblo, mejor serían los iniciadores y sostenedores de una humanidad nueva.
El hombre, en todo su ser, independientemente de sus especificidades y rasgos característicos, lo integra su identidad humana. Sobre estas bases se asienta el latinoamericanismo martiano, al cual se subordina como una de sus determinaciones esenciales el antirracismo. Antirracismo que más que una proyección política determinada constituye necesidad primaria en toda proyección social.
Martí en su ensayo asocia dos conflictos simétricamente opuestos en los primeros párrafos: por una parte la "pelea de los cometas en el cielo," y por otra, los hermanos celosos "que se enseñan los puños." El combate astral se refiere a los grandes poderes mundiales, particularmente EEUU, el "gigante de siete leguas", en las botas y que nos las puede poner encima. Y los hermanos celosos en conflicto son el signo de la pequeñez y división que tiene que ser vencida en la América Latina para que sus "dolorosas repúblicas" puedan ponerse a la altura de las dificultades, de un escenario mundial poblado de países poderosos y ansiosos de continuar explotándonos a su antojo.
De esta forma define claramente que los peligros que tenemos que enfrentar son de dos clases: internos (aldeanismo, desarraigo) y externos, los provenientes del "vecino formidable que no la conoce".
El elemento de "desdén" en la actitud de los Estados Unidos hacia los pueblos de nuestra América fue claramente captado por Martí. Varias veces aludió a él, pero nunca, por necesaria cautela política, de modo tan crudo en su última carta Manuel Mercado cuando se refiere a las gestiones anexionistas e imperialistas del "Norte revuelto y brutal que los desprecia" (a nuestros pueblos). En el texto de estudio subraya que "el desdén del vecino formidable que no la conoce es el peligro mayor de nuestra América. En sus análisis, supone que el desdén puede ser efecto del desconocimiento, pero en el fondo sospecha que el desdén sea la causa del desconocimiento. Por eso afirma que ese "desdén es el peligro mayor".
El amor por su continente, expresado en toda su obra, cobra especial significación en este escrito. Critica fuertemente a aquellos "…nacidos en América, que se avergüenzan porque llevan delantal indio, de la madre que los crió, y reniegan de la madre enferma y la dejan sola…", no se merecen el calificativo de hombres, los llama delicados, "que son hombres y no quieren hacer el trabajo de hombres".
Martí señala: "¿en qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América, levantadas (…) sobre los brazos sangrientos de un centenar de apóstoles? En muchos lugares del mundo no se conoce nuestra historia, en estos momentos donde los grandes medios de comunicación dueños de prácticamente todas las cadenas de transmisiones, colman sus programas de imágenes sintéticas que tratan de vender, que manipulan de forma consciente el pensamiento de los hombres alejándolos de la realidad y de su verdadera esencia. Solo con el conocimiento de nuestras tradiciones de lucha y del sacrificio demostrado por los americanos a través del tiempo seremos capaces de reconocer el valor incalculable de nuestro continente.
Para el Maestro, la política es una zona de la cultura y fructifica cuando se afinca en las raíces con vocación universal. "La historia de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra (…) Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas".
Para él toda política que forje y despliegue humanidad resulta verdadera, buena y bella; y adquiere valor y vigencia social, porque es legítima y en su concepción sólo eso fructifica, lo demás carece de permanencia, es efímero; no figura en el cuerpo de la cultura, no trasciende en el tiempo.
Afincarse en lo autóctono con fuerza y energías creadoras, teniendo conciencia de nuestro ser esencial, no implica dar la espalda a la obra que enriquece y abre camino también a lo propio. Insertar lo particular-propio, nacido de nuestras entrañas en el concierto universal es impregnar las raíces y afirmarse a sí mismo. Nacionalismo en defensa de la propia personalidad resulta vacío si carece de una vocación de universalidad, acorde con el tiempo moderno, en función de su superación para bien del hombre y los pueblos.
Un continente debe reencontrarse con sí mismo, con sus raíces, con sus particularidades sin que ello conlleve a un tajante rechazo al extranjero, sino por el contrario afianzándolo mediante la aceptación de lo que somos, de nuestras grandezas y pequeñeces, de nuestras potencialidades y nuestras limitaciones.
El latinoamericanismo martiano más que un hecho político es un hecho cultural, expresión de una cultura liberadora con historia, memoria y resultante de la constatación de la realidad dramática americana con pupila de hombre y con miraje político social, enraizados en una cultura desmistificadora que no acepta continuar copiando de forma exacta lo exógeno, que ya se sabe sujeto con posibilidades creadoras, reales y catalizadoras de una identidad regional propia, diferente de la América del Norte y de Europa. Una identidad, que reclama universalidad a partir de la obra autóctona, angustiada dramáticamente de desesperanza, inseguridad en sí misma y rezagos ideológicos de la colonia que merodean en las cabezas de los hombres.
No hay en Martí regionalismo estrecho, antinorteamericanismo, antieuropeísmo. Hay, simplemente, latinoamericanismo que se resiste, y lucha por no ser eco y sombra de culturas foráneas.
En su filosofía, la universalidad de la cultura de nuestra América, deviene de su ser esencial, y constituye una medida de su autenticidad. Nos exige pensar en nuestra realidad por y desde nosotros mismos. Es por ello que en las circunstancias objetivas que nos ha tocado vivir y afrontar, Martí hubiera aprobado las siguientes palabras de José Carlos Mariátegui. "No deseamos ciertamente que el socialismo en América sea una copia o un calco. Debe ser una creación heroica."
Y esto nos llama a la reflexión acerca de nuestro proceso revolucionario y cómo a pesar del derrumbe del campo socialista, hecho que para muchos significó el fin del Socialismo como sistema, aun nos mantenemos firme a solo noventa millas del imperio. El mérito consiste en haber encontrado el camino para continuar con "nuestro socialismo", rectificando errores y ajustándolo cada vez más a nuestra realidad objetiva; y a este camino se ha unido Hugo Chávez, presidente de la hermana República Bolivariana de Venezuela cuando en reiterada ocasiones ha debatido acerca del Socialismo del siglo XXI.
En la revelación del ser esencial de Nuestra América constituye la magna obra martiana: dar razón y cuenta de esta identidad en tanto con sus fuerzas y raíces, y sus debilidades y fragilidad, pero al mismo enseñar que somos una cultura con vitalidad y desarrollo, con posibilidades infinitas de realización.
El hombre nuevo de América, al que se refiere Martí en este escrito, es el hombre que en cada generación ha de renacer para no perecer. Cada generación, tiene como tarea dar nacimiento a ese particular hombre nuevo que deberá de luchar por hacerse presente; por ocupar su puesto de cara a todos los pueblos del mundo. Para defender nuestros criterios, y para ser capaces de darnos a respetar en todo momento, como se demostró en la pasada Cumbre Iberoamericana, con actitudes firmes y decididas por parte de Venezuela, Nicaragua, Cuba.
Para Martí, la situación real de América; el carácter débil de algunas repúblicas, la imitación existente en los gobiernos y el peligro del imperialismo para la independencia, exige indudablemente el rescate de la historia, las tradiciones y todos los componentes estructurales que conforman la identidad nacional de los pueblos de Nuestra América. Es necesario el estudio de los factores reales del país. "Conocer es resolver. Conocer el país y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único modo de librarlo de tiranías", porque de lo contrario "....viene el hombre natural, indignado y fuerte, y derriba la justicia acumulada de los libros, porque no se la administra en acuerdo con las necesidades patentes del país".
Le concede a ese "hombre natural" que señala un poder de irrupción relevante en medio de una sociedad opresora. Nos está hablando de un sujeto de derecho, enfrentado a un derecho, el establecido en los libros, es decir, que goza de la fuerza institucional de la letra escrita. El "hombre natural" denuncia a la "civilización" expresada en la justicia acumulada en los libros y rechaza una "segunda naturaleza" que le es impuesta como el mundo de lo universal. Con esta breve afirmación trata de resumir la historia de las luchas de los pueblos latinoamericanos por su liberación.
Por eso es que Martí critica los modelos liberales de las repúblicas latinoamericanas y la ineficacia de sus proyectos y exige que se adecuen a nuestras realidades. Él planteaba: "La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y como puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas." "El espíritu del gobierno ha de ser el del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país."
Solamente manteniéndonos unidos y bajo estos preceptos seremos capaces de crear esa América Nueva que planteaba Martí, nuestra América mestiza, con sus culturas nacionales y colmada con vocación de universalidad.
Martí no es un pensador que espera y que se encierra en una oficina a teorizar sobre el hombre y su subjetividad. Es un hombre comprometido con su tiempo, sus circunstancias y su patria. Por eso en su discurso, la subjetividad humana, con todos sus atributos, se inserta en la cultura de las grandes masas como espíritu del pueblo, como fuerza movilizadora de energía creadora, de cambio y transformación. Todas sus ideas iban encaminadas a la acción "¡Con esperar, allá en lo hondo del alma, no se fundan pueblos! (...) Con todos, y para el bien de todos no es una simple consigna, su realización depende de nuestra fuerza de idea y de acción.
Nuestra identidad, es propia, y se ha ido forjando en la historia con sujetos reales, (hombre natural) cuya existencia implica asumir creadoramente lo nuestro y no aferrarse a modelos extraños que en realidades nuevas envilecen y desvían. Lo nuestro, lo autóctono, lo legítimo, es fuente de progreso y creación. No se trata de nacionalismos regionalistas, ni negación de la cultura y los valores universales. Se trata de asumir creadoramente todo lo útil y productivo, pero con bases nuestras. Como él mismo expresara: "Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro de llanero."
El hombre "natural", nuestros pueblos oprimidos, por derecho deben ser dueños de su destino. Destino que debe forjarse en nuestros propios esfuerzos. El espíritu de acá, hacedor, creador, y digno debe fundarse en su propia obra si no quiere sucumbir. Y este es el gran legado que hace de "Nuestra América", trincheras de ideas que defienden en un momento crítico de la historia, nuestra identidad.
La revelación de Martí a través de nuestra América, no se reduce sólo a fijar la memoria histórica, a descubrir la fuerza de su identidad, sino además a revelar todo lo que se opone a su realización efectiva. Tanto en lo interno: el caudillismo, el mimetismo; como en lo externo: el imperialismo que acecha; que son descubiertos por Martí, como antítesis de la eficaz realización del "hombre natural" y de la América Nuestra. Por lo que es necesario unir fuerzas y lograr el equilibrio para lograr nuestra propia existencia independiente como pueblos.
Martí sienta una premisa esencial: la necesidad de apegarse a las tradiciones culturales como medio de vincular los valores y convertirlos en normas de conducta y de convivencia humana y social. Es decir encontrar los cauces necesarios en esos valores para su acercamiento a la realidad, que solo se logrará si estos están cimentados en la realidad y la acción comunicativa y no en procesos mentales puros.
Es una obra que no dio solución a todos los problemas que surgían, pero abrió, a las sucesivas generaciones, nuevas vías para resolver situaciones con su concepción del devenir humano como expresión cultural.
Martí se orienta en su ensayo a revelar el ser existencial de nuestra América, su grandeza, exuberancia y valores, y de esta forma, rescata su memoria histórica, su confianza en sí misma, su identidad como fuerza fundadora, que estimula la creación para desarrollarse como un pueblo libre y próspero en el mundo actual.
La revelación de nuestra América se convierte en cultura de resistencia, que estimula valores de amor, lucha, energía creadora y de dignidad humana. Su búsqueda continua del "hombre natural, del alma viva", del espíritu del pueblo, de la revolución necesaria, da sentido a su existencia y a su batallar creador. Alienta su obra fundadora el principio "pensar es servir" y su trascendencia, reside en gran medida en sembrar y cultivar utopías.
En los momentos actuales, cuando el escepticismo histórico se extiende y se agita en la arena internacional, cuando no faltan los intentos de negar la historia, los valores, la cultura, la tradición, la razón, los proyectos de emancipación social y el progreso, la racionalidad se impone como necesidad de preservar no sólo la identidad nacional, sino también la identidad humana. En tales condiciones, el paradigma martiano adquiere más que nunca contemporaneidad y vigencia social.

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